A veces utilizamos dispositivos personales en el ámbito de la empresa. No hablo ya de un fenómeno como el BYOD, donde se supone que se han establecido determinadas reglas y una compensación justa aceptada por ambas partes. Más bien del uso esporádico de un terminal móvil personal avanzado en lugar de un teléfono corporativo más sencillo que puede dar lugar a que la empresa ejerza cierto control a través del smartphone personal.
Al facilitar dicho número personal a la empresa muchas veces tienen acceso a datos de nuestra localización, cuándo nos hemos conectado por última vez o qué hacemos en horario de fuera del trabajo. Los datos que compartimos y que son fáciles de obtener pueden dar muchas pistas de lo que hacemos fuera del horario laboral.
El problema es cuando se utilizan estos datos para recriminar algo del trabajo, como puede ser una llamada fuera de horas de oficina que no se atienda, pero sin embargo ven a través de la aplicación de mensajería instantánea que estamos conectados y activos. Esto no puede ser así, ni siquiera aunque tengamos el teléfono de guardia ya que supone una invasión de la intimidad del trabajador sin su consentimiento.
En los casos donde el trabajador acepta utilizar sus dispositivos personales para desarrollar sus funciones, la empresa podría utilizar aplicaciones de control, de manera que le faciliten datos sobre sus desplazamientos, ubicaciones o incluso le permitan el borrado remoto de archivos. Igualmente en estos casos estas funciones de supervisión tienen que quedar acotadas al ámbito laboral, sin que suponga una invasión de la intimidad del empleado.
De todas formas este tipo de aplicaciones de control suelen ser bastante mal aceptadas por parte de los empleados. Una cosa es utilizar el portátil o el smartphone para el trabajo y, otra muy diferente, que la empresa lo administre como si fuera de su propiedad, impidiendo en muchos casos la instalación de determinados programas.
En Pymes y Autónomos | El control de los empleados es un arma de doble filo
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